SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL COMUNISMO POR PARTE DE LA CLASE OBRERA DE NUESTRO PAÍS.

Enrique Velasco

La explicación al respecto del marxismo “barato”.-

 

Según se considere la afirmación anterior, podríamos encontrarnos ante lo que algunos estudiosos llaman “marxismo barato”, de baja calidad (teórica, se entiende).

Es el marxismo de las “verdades”, de las “profecías”, de los ajustes “automáticos”, del “nuevo hombre”, del “horizonte radiante” que espera a la clase obrera, del “orgullo obrero”, de la “seguridad” en la dirección de la historia (no puede ir más que a favor de la clase obrera), del final “cercano” del capitalismo, de la dirección de las “vanguardias”, del impulso “justiciero”, del “triunfo final”.

            ¿Por qué barato, por qué vulgar?

            Por una sola razón. Por entender como una consigna, como una orden militar (concreta, simple y directa), lo que no es sino una reflexión ordenada y progresiva (constante en el tiempo) sobre una acción desarrollada por los obreros y sus organizaciones, en busca de unas mejores condiciones de trabajo y de vida. Por entender como un manual de funcionamiento de un trasto, lo que no es sino la teoría (el resultado de la reflexión) que puede orientar los nuevos pasos de los obreros y sus organizaciones, en las nuevas formas de trabajo, en las que ellos ocupen el centro de sus problemas y de sus decisiones.

            En esas reflexiones han participado infinidad de personas. Han aportado lo que entendían que podía significar un avance en el difícil camino de la teoría.

            La práctica posterior, inspirada en esa teoría, no ha hecho sino mejorar, a su vez, a la teoría; en un doble sentido. Recogiendo lo acertado, e incorporándolo a la misma; o corrigiendo y desechando lo que no ha resultado aprovechable.

            Esta mecánica, esta manera de funcionar (la teoría pretende iluminar la práctica; ésta, la práctica, corrige constantemente a la teoría), la dialéctica, que llaman los estudiosos marxistas, es lo más opuesto a las “verdades”, etc. que antes hemos relacionado.

Smith, Ricardo, Marx, Engels, Lenin, Bujarin, etc. no nos han aportado “verdades” sobre el trabajo de los obreros; verdades que haya que respetar. Ni han señalado caminos, que los obreros deban seguir. Ni nos has asegurado lo que ocurrirá a la clase obrera. Ni nos han descubierto lo que ocurrirá a la humanidad.

            Y sin embargo, lo parece. Basta leerlos (o escucharlos, quien tuviera esa suerte por vivir en su tiempo y a su vera).

            Y lo parece, porque la teoría funciona así, la teoría, a la vista de una práctica, y una vez estudiada ésta detenidamente; lanza, adelanta, una suposición (lo que se llama una hipótesis), que la propia práctica habrá de validar (dar por válida, por útil).

            Quien expone una hipótesis, ha de hacerlo con una gran seguridad, con una gran rotundidad. La hipótesis siempre adopta la forma de una verdad, de una afirmación. A la que hay que apoyar con todo tipo de datos. Y dando por superada la forma en que actualmente se presenta la cuestión de que se trate.

            A ello hay que añadir, que en cuestiones vitales, muy importantes, como es la del trabajo y sus formas de organización, la forma de exposición de una hipótesis (sea la forma oral o escrita) ha de adquirir, lógicamente, un alto grado de apasionamiento. De forma que las expresiones ganan en rotundidad, en simplicidad, en seguridad.

            Si el escrito, o el discurso, es contestación a una hipótesis opuesta, hay mayor razón para que una afirmación se convierta en un grito, o una negación, en la ridiculización del adversario.

            En el caso, muy frecuente en Marx, Lenin, Bujarin, que la exposición vaya dirigida a trabajadores: ésta, la exposición, gana en emoción, apasionamiento, simplificación, contrastes sencillos (blanco sobre negro). Hasta “El Capital” está plagado de discusión con el contrario, de ridiculización del mismo, de apasionado debate con las posiciones teóricas de los adversarios.

            Así, de esta manera, está construida la teoría correspondiente a la práctica de los obreros, así nos encontramos escrita la teoría marxista.

            No podemos negar que está llena de verdades, de profecías, de automatismos (cuando ocurra esto, ocurrirá esto otro, automáticamente), de horizontes radiantes, de final feliz de la historia (feliz para los obreros).

            ¿Cómo le vamos a quitar la razón a quien nos lo echa en cara?, ¿cómo le vamos a decir que no es verdad que los marxistas han dicho, lo que los marxistas han dicho?

 

            El marxismo no es un saber, unos conocimientos, ordenados, sistematizados, que están en una enciclopedia, en la que se pueden leer y aprenderlos. Y que una vez aprendidos, no hay más que seguirlos a pie juntillas, en la llamada lucha obrera.

            En esa enciclopedia, en ese libro, es donde encontraríamos las verdades, para combatir las falsedades; las metas seguras, para evitar las equivocaciones; las respuestas adecuadas para los problemas en el camino de cada día.

            Esto se parecería bastante a un libro sagrado, en el que se contiene cuanto debe saber un creyente para entender su papel en el mundo, cumplirlo y así salvarse. El partido sería en este ejemplo, el guardián e intérprete del libro; y sus dirigentes, los sacerdotes.

            A esto es a lo que algunos estudiosos han llamado el marxismo vulgar. Lo de vulgar, vendría a significar algo como marxismo sencillo, marxismo de manual (libro). Si tenemos un problema, acudimos al manual, y allí encontramos la receta; la aplicamos y habremos resuelto el problema de una manera “correcta”. Quien no tenga la suerte de disponer de este manual, actuará incorrectamente. Fuera del manual, no hay solución “correcta” de los problemas. Esto sería la sacralización (convertirlo en sagrado, en intocable) del partido y de la doctrina que enseña.

            De algo así, de este tipo de marxismo, de un tipo de socialismo que aplicaba este tipo de marxismo, de un tipo de comunismo así, debe ser de lo que huyeron los obreros rusos, al final de su experiencia; así como también debieron huir de esto, Willy Brand y más tarde Felipe González, y más tarde, toda la socialdemocracia, y más tarde, de forma solapada, el Gobierno de China.

            Y esto sería, el entierro del marxismo, y por tanto, el entierro del comunismo.

            No falta sentido y razón a quien esto mantiene. La mayoría de los obreros de mundo entero, así lo han entendido y han pasado a apoyar otras teorías y otras prácticas, al votar y afiliarse a partidos y sindicatos que giran en torno a los movimientos del capital.

            Es la respuesta lógica de los obreros y sus organizaciones a una teoría y una práctica que no les tenía a ellos como protagonistas. Les tenía como destinatarios, pero no como protagonistas.

            Si no fuera porque se utiliza una (otra) palabra trampa, esto nos recordaría el lema (norma de conducta) del despotismo ilustrado: “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Sería cuestión de poner obrero donde dice pueblo (la palabra trampa es “el pueblo”, que cuando se utiliza, uno no sabe bien qué quiere decir).

            Este marxismo vulgar, fue utilizado ampliamente en la U.R.R.S, y en los países que siguieron su ejemplo. Y como éste fue el comunismo conocido por los obreros españoles; el marxismo que lo inspiraba, era el que ellos conocieron. Un marxismo de verdades, de seguridades, y de profecías. Un marxismo, a la medida de su tiempo (era el que utilizaban sus colegas rusos y europeos); era el que se llevaba en ese tiempo, y el que se llevó años después, hasta nuestros días.

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